Quedaron muchas dudas sobre Víctor César Soto, el novio de Paulina Lebbos. ¿Qué pasó con su línea telefónica? ¿Por qué pareció poco interesado en encontrar a su entonces pareja, conociendo que no había regresado a su casa? ¿Cuáles son los vínculos que lo llevaron a ser nombrado empleado de la Legislatura?
Todas las incógnitas quedaron plasmadas en el requerimiento de elevación a juicio que realizó el fiscal de Instrucción Diego López Ávila, quien describió todas las medidas de prueba que se realizaron en nueve años para dilucidar el rol de Soto. La duda sobre su accionar se volvió, finalmente, insuperable.
Soto era la pareja de Paulina y tenían una hija, que en febrero de 2006 tenía cinco años. Se conocieron cuando estudiaban en el turno noche de la escuela de Comercio N° 1, y se habían puesto de novios el 26 de marzo de 2002, de acuerdo a la declaración que había dado a la Policía a poco de la desaparición de Paulina.
“Si bien mantenemos algunos problemas propios de la pareja, pero concebimos una hija y seguimos a pesar de la oposición de sus padres y hermanas, los que por ser yo una persona pobre y negro (sic) me rechazan como parte de su familia”, explicó Soto, según consta en la declaración policial.
Sábado
El 25 de febrero de 2006 Paulina había rendido una materia de la carrera de Comunicación Social, y al mediodía fue a la casa de Soto, en Estados Unidos 1.250. Charlaron del examen y decidieron juntarse a la noche para festejar, aunque no quedaron en nada concreto. A las 13.30 almorzaron en el departamento de Roberto Lorenzo Díaz, quien vive un piso más arriba que Soto.
Finalmente, la pareja quedó en que se encontrarían cuando Soto saliera de trabajar (era mozo en el bar El Mago, ubicado en Santa Fe y Maipú), alrededor de las 5, en la casa de Díaz. De lo contrario, Paulina llevaría a su hija para almorzar el domingo en la casa de sus suegros.
Al salir de la casa de Díaz, Soto contó que acompañó a Paulina a la avenida Gobernador del Campo y Coronel Suárez para que tomara el colectivo de la línea 124 que la llevaba a su domicilio. A la tarde, el joven preparó la ropa y se fue a trabajar al bar. Su jornada laboral comenzaba a las 19.
En su declaración, Soto dijo que no tenían mucha plata para salir a bailar ese sábado. Paulina cobraba el plan Jefes y Jefas de Hogar, y tenían dinero ahorrado para pagar unos créditos que tenían juntos.
El domingo
Soto salió del bar a las 6.30. Declaró que estaba vestido con un pantalón bombacha cremita “Pampero”, una camisa amarilla mangas largas y zapatillas negras. Tenía una mochila en la que llevaba una remera vieja, un desodorante y gel. Volvió a su domicilio en remise.
Arribó a su departamento cerca de las 7, siempre según la versión de Soto, se cambió de ropa y se dio cuenta de que Paulina no había llegado. Adujo que no se preocupó porque pensó que podía encontrarse en su casa. Luego comió un sándwich que había llevado del bar y se durmió.
“Resulta llamativo que organice una salida sabiendo que debía cumplir sus funciones laborales o que, en el peor de los casos, si no le importara, pactara que luego de trabajar se juntarían en lo de Roberto, siendo que su trabajo es desde las 19 y no tiene horario de salida. Además, ¿no intentaría, de todas formas, contactar con Paulina para corroborar que sus planes continuaran vigentes?”, planteó López Ávila.
Las dudas no fueron aclaradas por las declaraciones de Soto y de Díaz. Eran las 7, y el joven no tenía conocimiento de que Paulina podría haber ido a bailar con sus amigas. “Por lo general nunca toma una actitud como esta si no me lo consulta; en ese tema la verdad no me gusta y siempre se lo digo”, había asegurado Soto.
Poca preocupación
A las 13 se despertó, tomó unas monedas y se fue a llamar a Paulina a su casa desde la cabina ubicada en Mario Bravo y Estados Unidos. Lo atendió Marisa Lebbos, quien le dijo que su hermana debía estar durmiendo. “¿Qué motivó a que Soto telefoneara a Paulina al número fijo y no a su celular? Y más aún teniendo en cuenta sus manifestaciones de que no era aceptado por su familia; entonces, ¿prefería contactarse a través del teléfono fijo a pesar de esta circunstancia?”, señaló López Ávila.
El novio de Paulina dijo que puso ropa a lavar y salió nuevamente a la cabina a comprar una cerveza negra. “Es interesante también que, semanas antes a la desaparición de la víctima, Soto se haya comunicado innumerables veces con ella y justo ese día sólo la haya llamado tres veces, más aún cuando habían quedado en que, si no salían esa noche, Paulina iría al mediodía con su hija”, destacó el fiscal.
Soto volvió a llamar a la casa de Paulina a las 15, y dejó un mensaje en el contestador automático del teléfono fijo. Compró otra cerveza, lavó ropa y a las 16 volvió a trabajar. A las 21 habló de nuevo, y Marisa Lebbos le dijo que su hermana no había regresado, y que la primera vez que el joven se había comunicado, ella había creído que estaba durmiendo.
Marisa también le manifestó que sabía que, en la madrugada, su hermana había tomado un remise con destino a Estados Unidos 1.250 y que desconocía mayores detalles. Soto aseguró que respondió que nunca había llegado a su casa y que se fijara bien dónde estaba, “que cualquier cosa llamaría más tarde”. A las 22.17, usando el teléfono del encargado del bar, llamó al celular de Paulina. Le dio el contestador.
“Es extraño que justo el día de su desaparición no esté tan pendiente de su novia y que, con tanta naturalidad y tranquilidad, continúe trabajando sin saber nada de Paulina desde el día 25 al mediodía”, se afirma en el requerimiento de elevación a juicio. El fiscal consideró que Soto no se mostró preocupado por la desaparición de Paulina. Y su conducta en los días en que estuvo desaparecida parecen reafirmar esa conjetura.